Una gran parte de los foreros que pueblan esta casa, habrán oído hablar de la mili, como cosa del pasado. Es curioso leer, para alguien de mi edad, a la gente hablar de Friends como una serie de “toda la vida”… supongo que esto significa que yo ya no pertenezco a la generación que hoy en día se considera “los jóvenes”.
Bueno, esto es algo que no me importa, retomo lo de la mili, a gran parte ni les ha pillado cerca, mi generación, justamente estuvo en la frontera, teníamos la obligación de hacerla, pero alternativas para evitarla, como la objeción de conciencia, en la que muchos buscaban algún chanchullo, la mayoría, para poder escaparse sin hacer ni lo uno ni lo otro, o que fuera lo más somero posible.
En mi caso, que nunca conseguí librarme de nada, yo soy de los que me aguanto de rascarme la oreja conduciendo, por más que me pique, porque sé que como lo haga, habrá un guardia civil que me multará por ir hablando con teléfono móvil, y por más que intente demostrarlo, me quedaré sin parte de mi dinero y de mis puntos. Así es la vida, tengo suerte para otras cosas, pero no para esto. Así que opté por buscar una “objeción de conciencia” que pudiera compatibilizar con mis actividades de la época, que eran, estudiar la carrera universitaria (LADE) y mi trabajo en dos empresas, una de construcción por las mañanas y una asesoría por las tardes. Sí, sí, lo que estás pensando es cierto, no tenía demasiado tiempo libre, es la verdad.
Así que lo único que encontré fue una Residencia de Grandes Minusválidos, donde podía ir a hacer un voluntariado, que posteriormente me convalidarían con la objeción de conciencia. Sólo tenía que ir dos noches en semana, los martes y los jueves de 10 de la noche a 8 de la mañana, lo justo para salir e irme al primero de mis trabajos. Lo de estudiar, ya lo dejaba para los fines de semana, que también compatibilizaba con mi pareja y con dormir, porque claro, de vez en cuando, también dormía (caprichos de juventud).
La primera vez que entré allí, en aquella residencia de grandes minusválidos, encontré uno de mis límites, de aquellos que no conocía. Por las esquinas había “seres” en sillas de ruedas, que balbuceaban, daban voces, algunos unos espasmos que parecía que iban a saltar de la silla, y difícilmente podía encontrar una palabra inteligible, en los muchos lamentos que podía escuchar. Yo no sabía qué hacer, ni si tenía o no que mirarlos a la cara, si hacerlo con cara de pena, o disimular mis sentimientos, no supe reaccionar, así que fui directamente a hablar con el administrador, para acordar los términos de mi prestación, y de vuelta para casa.
En mi primera “noche” conocí a Villodres, alguien que era tetraplégico por accidente desde no hacía demasiado tiempo, era su cumpleaños y había comprado unas raciones de jamón serrano, del que podía pagar, para invitar a sus compañeros, que todos estaban sentados, en su silla particular, en torno a una televisión, a modo de fiesta. Mi primer trabajo allí consistió en coger el jamón con mis manos e introducirlo en las bocas de aquellos “seres” que festejaban y disfrutaban de aquello, como yo lo hago con mi familia. Al principio me temblaba el pulso y me costaba apuntar, lo cual parecía hacerles mucha gracia, es curioso, el torpe era yo!!!!!! Poco a poco cogí confianza, me fui soltando, y acabamos jugando a “a ver si te atino en la boca con el jamón”… en seguida me estuve riendo mucho con ellos, con aquellas “personas” que disfrutaban de aquella fiesta como nadie había visto yo disfrutar.
Uno de los personajes más extraños del lugar era Amancio, un paralítico cerebral, con minusvalía del 95 %. Como paralítico cerebral, no podía controlar su cuerpo, y de ahí sus espasmos incontrolados, que eran realmente violentos, no por la sacudida, sino porque no sabía si aquello era normal, o ese hombre se me estaba muriendo. Aprendí a que cuando le daba, lo mejor era esperar. La inteligencia de este hombre era privilegiada, lamentablemente pasó su infancia encerrado, y ahora, en aquella residencia, al menos tenía vida social. Me costaba trabajo entenderlo, aunque no tanto como a Ana, a la que jamás lo conseguí. Ana no podía hablar, su parálisis era del 99 % y sólo podía hacer ligeros movimientos con la cabeza, suficientes como para escribir en el aire, con la punta de la nariz, las letras que formaban las palabras de lo que te quería decir. Ya digo, no conseguí entenderla, y era bastante duro, especialmente para ella, cuando te pedía que la llevaras a una auxiliar, porque tenía necesidades de WC, para cuando lo descubría, solía ser demasiado tarde.
Ana era la novia de Villodres y en ocasiones participé en la ayuda de juntarlos en la misma cama, para que al menos pudieran percibir sus cuerpos, el uno al lado del otro. Pero esto, es otra historia. Volvamos con Amancio, que aunque me costaba, poco a poco logré comprenderle como a cualquier otra persona. Cuando llegaba allí, él esperaba a que terminara de ayudar a todos sus compañeros, que pronto se iban a la cama a dormir, y luego se venía conmigo y me explicaba sus inquietudes y deseos. Pero sobre todo me pedía que le contara mi día a día. Nada le apasionaba tanto como que yo le contara que había cogido el autobús, había ido al trabajo, había estado en un par de bancos, negociando unos préstamos y que luego había vuelto a casa a comer y… aquellas cosas que yo hacía a diario, aquella pesada rutina, era pasión para Amancio. Esto era común a todos los demás, excepto para Tato, aunque de Tato, ya hablaré otro día.
Amancio me dijo frases que nunca olvidaré, se cagó en todos aquellos que discutían si él era un inválido, un minusválido un discapacitado o un inútil, o sólo una persona con un problema, pero que no eran capaces de rebajar unos bordillos, para que él pudiera pasar en silla de ruedas. Amancio gustaba de ser llamado “cojo”, que era el apelativo cariñoso que les decía a todas aquellas personas.
Un buen día encontramos una afición común, la música y en concreto el grupo 091, que unos años antes se había separado, hablamos mucho de las profundas letras de este grupo y de lo identificado que se sentía con ellas. Me decía que necesitaba escribir lo que sentía por su separación, pero no podía escribir. Yo le propuse poner mis manos a sus palabras y él me dictó, usando los títulos de canciones de 091, un texto que aún cuando lo leo, no puedo contener la emoción.
Le pregunté si le parecía bien que lo pusiera en Internet, para que lo pudiera leer el Universo. Nunca vi unos ojos más abiertos ni mayor cara de ilusión en nadie, ni antes, ni después, así que haciendo aquello, que para mi no era nada, absolutamente nada, pude ver lo grande que se puede sentir alguien, con un gesto tan pequeño.
Posteriormente se animó a estudiar el Graduado Escolar y lo terminó. Hoy en día, Amancio está estudiando Derecho.
Quería compartir esto con vosotros, es una experiencia que ha modelado mi manera de ver las cosas en esta vida, y que me hace comprender más allá de lo que era capaz antes de aquello, y a la vez no entender nada de las discusiones entre las personas que lo tenemos todo a nuestro alcance.
Esto es lo que escribió Amancio, y que aún sigue en la Red.
CERONOVENTAYUNO: SOLO TÚ (HACES QUE ME SIENTA BIEN)