
Pero antes de eso nos tomamos unos días para hacer turismo por la ciudad de Buenos Aires y por Iguazú. Realmente en Buenos Aires teníamos tanta vida social (había que quedar con mucha gente) que tampoco visité demasiado, más bien nos pateamos las calles, y sí que vimos algunos lugares típicos:
El barrio de la Boca:

La Casa Rosada:

O Puerto Madero:

Por cierto, y esto para los frikis de la música y en particular de Calamaro (como yo), pasamos por delante de esta conocida sala... qué pena que no hubiera ningún concierto:

En fin, que me encantó pasear por Buenos Aires pero realmente no tuve ocasión de estar tranquilamente e ir un poco donde me diera la gana, pasar largas horas tomando algo en los encantadores bares que hay por Palermo... Otra vez será.
A continuación nos subimos hasta Iguazú, provincia de Misiones, en autobús. Unos 1400 km. que nos metimos entre pecho y espalda mientras en Pamplona estallaba el txupinazo, y casi de la mejor forma posible cuando no se tiene pasta para ir en avión: casi todo de noche (ahorrando así una noche de hostel) y en un autobús "ejecutivo", algo que en España no he visto, probablemente porque no tenemos las enormes distancias que tienen allá. Son buses con unos asientos enormes, a veces de cuero, que se reclinan totalmente y donde un azafato te sirve la comida, la cena, el desayuno o lo que se tercie. Te ofrecen champán, whisky...
Qué decir de Iguazú... Es absolutamente impresionante, a pesar de que al parecer ahora las cataratas tienen poquísima agua. Pasamos un día en el lado argentino y otro en el brasileño. No me gustó el carácter que le han dado como de parque temático, todo muy "programado", pero de algo tienen que vivir.

Pero se acabó lo bueno... y empezó lo mejor.
Llegamos a Vera de madrugada y aquello nos pareció poco menos que un pueblo fantasma. Se trata de la capital del departamento de la provincia de Santa Fe que lleva su mismo nombre, y es una pequeña ciudad de alrededor de 16000 habitantes. El hotel al que nos llevaron, la casa de los horrores. Tan deprimente como un tanatorio.
Al día siguiente tras ser abordados por una intrépida reportera de la tele local entre los pasillos de un supermercado, nos trasladaron a la escuela donde íbamos a vivir las siguientes tres semanas:

Estas escuelas rurales tienen a disposición del director una pequeña casa en la que éstos si lo desean pueden vivir. No era el caso de la directora de nuestra escuela (una de las mejores personas que he conocido), así que allí nos instalamos los 11 (nada menos):

Durante las dos primeras semanas los niños estaban de vacaciones de invierno, pero igual acudían a comer a la escuela, así que los fuimos conociendo... y nos fuimos enamorando:




Organizábamos juegos, cantábamos canciones... En realidad estos niños ya alucinan simplemente con ver a alguien de fuera, puesto que no están acostumbrados a que pase gente por su pueblo y menos aún a que se quede.
Pronto empezamos también a introducirnos un poco en la comunidad y dándonos cuenta de la realidad que viven. Es gente que vive en la miseria, pero que en su mayoría tampoco se esfuerza por salir de esa situación. Están acostumbrados a vivir del asistencialismo (el gobierno argentino 150 pesos al mes, la escuela la comida de los niños, algunas ONGs las ropas), y muchos no comprenden que para conseguir y valorar las cosas es necesario un esfuerzo previo, que si uno no tiene ni para comer no es una buena idea tener 11 hijos... Se limitan a cortar leña del monte (que apenas queda) y con ella hacer postes o carbón.
Es triste pero es así, y evidentemente tampoco es todo culpa de ellos, si no han recibido una educación es difícil que aprendan a desenvolverse o surjan nuevos proyectos. A pesar de eso tampoco consideran que para sus hijos sea básico recibir una buena educación, hay una despreocupación muy grande en ese sentido y me temo que si las cosas no cambian esto va a ser la pescadilla que se muerde la cola durante muchos años. Nosotros intentamos que las familias se acercaran un poco más a la escuela, que tomaran un poco conciencia de lo importante que es la educación, y organizamos una charla sobre salud gracias a la médico de un pueblo cercano, que además aportó un botiquín.
Sin embargo, la mayoría de esas personas son extremadamente generosas: nos invitaron a comer asado en varias ocasiones, a tomar mate, nos traían a la escuela panes caseros recién hechos, tortas...
Además de con los niños, aprendimos a convivir con toda clase de bichos vivientes: arañas mastodónticas, sapos, cucarachas, mosquitos...

Los últimos días de vacaciones los dedicamos junto con la directora y su familia a pintar la escuela, fabricar más mesas y sillas y adecentar un salón que estaba cerrado porque estaba medio derruido, con el fin de que el centro pudiera funcionar en un sólo turno.
La semana final fue la más difícil. Los chicos volvieron a las clases y vimos que aquello era un desmadre, comprobamos que el nivel que adquieren es ínfimo (niños de más de 10 años que aún no saben leer o escribir, o no tienen claros los números) y que algunos maestros tampoco hacen nada por exigir a los alumnos, vimos bastante dejadez entre el personal docente de la escuela (claro, que también se podría hablar de cómo viven los maestros y profesores, daría para otro post casi tan largo como este).
Además empezaron a surgir problemas de convivencia dentro del grupo, que si bien ya estaban latentes antes, con el estrés de aquellos días empezaron a estallar. Es lo que tiene convivir las 24 horas con gente a la que apenas conoces y que muchas veces no tiene por qué ser ni siquiera afin a ti.
Aun y todo seguía habiendo cosas buenas, a diario teníamos atardeceres de este estilo:

Un domingo nos vinieron a buscar para trasladarnos a la siguiente escuela. La despedida fue todo un drama; lloró hasta el apuntador.
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Segunda escuela: Los Tábanos

Llegamos hechos polvo poco más de una hora después de habernos despedido de nuestra escuela del alma, pero sin embargo hubo que intentar poner buena cara porque, a pesar de ser domingo, nos estaban esperando tanto el director como muchos alumnos con banderitas españolas y argentinas (cómo les mola el rollo banderil), canciones y hasta una merendola.
Pasamos a ser 9 porque mi hermana, que hasta el momento me había acompañado en este viaje, y otro compañero, se volvían a casa. En esta escuela sí que vivía el director con su familia, así que nos alojamos en dos pequeñas aulas que nos habían habilitado para ello: una para dormir y la otra como "cuarto de estar" y almacén de todas nuestras cosas; el caos no es sólo aparente:

En esta ocasión se trataba de una comunidad bastante más grande que la anterior (unas 800 personas en total, en la primera no eran ni 200). Los problemas eran parecidos en ambos lugares, aunque aquí había un factor añadido: la religión. La mayoría pertenecían al templo evangélico, y sólo unos pocos a la capilla católica.
No estoy demasiado informada de estos temas, pero los evangélicos no creen en la Virgen (bueno, supongo que en ella sí, pero no en su "adjetivo"), y algunas normas que siguen son, por ejemplo, que sólo se puede cantar en el templo, no se puede bailar porque los movimientos pueden tener connotaciones sexuales, tienen que pagar una especie de diezmo al pastor, los niños no deben jugar (sí, sí, como lo lees)...
De los católicos no creo que tenga nada que explicar, no sé, yo no creo en ninguna religión, y además cada uno de adulto podrá seguir las normas o mandamientos que le vega en gana, pero sí que tenía un mejor concepto de estos porque por lo menos dejaban a los niños comportarse como tales.
Afortunadamente, salvo algunas tristes excepciones, la mayoría de los chicos, que supongo que no entenderían nada, jugaban de manera bastante normal (allí lo normal es que estén un poco asalvajados, dicho sea de paso


Pronto empezó a venir gente a visitarnos. Las primeras fueron las mujeres del templo evangélico, que nos enseñaron a hacer pasta casera y al día siguiente nos trajeron una enorme bandeja de medialunas:


Los católicos también hicieron sus acercamientos y vinieron un día a merendar a la escuela con tortas, mate, pastas...
Esa desunión nos llamó bastante la atención. Viviendo en un lugar sin alumbrado público, sin apenas agua, con calles de tierra, sin una plaza ni sitio alguno donde reunirse, no se les ocurría pensar que a lo mejor si se juntaban todos y elevaban sus peticiones de forma organizada al presidente de comuna (personaje que más adelante conocimos) podían conseguir algo. Que no es cuestión de hacerse amigos ni de traicionar nada, simplemente luchar por el bien común.
Mientras íbamos observando todo este percal, a finales de la primera semana hubo un cisma en el grupo que hizo que muchos adelantaran su marcha de la escuela para dedicarse a hacer turismo por lugares, supongo, más "hóspitos".
A todo esto, de vez en cuando íbamos a Vera. Ese pueblo que al llegar nos pareció casi fantasma a estas alturas nos parecía Manhattan. Con su ciber, sus locutorios, sus tiendas, sus bares, su cobertura para el móvil... Y ese hotel que antes daba miedo lo seguía dando, pero había tele en las habitaciones, ¡espejo!, camas con sábanas, te podías sentar en el WC y de la ducha salía agua caliente sin tener que montar un número para calentarla.

(este es el de la escuela, no el del hotel)
Pocos días después de la estampida llegó el relevo: 4 estudiantes de Comunicación que, además de ayudar en las escuelas, tenían previsto grabar un documental sobre "La Forestal" (más) y las consecuencias que hoy en día sigue teniendo el paso de esta empresa por el norte de Argentina.

A partir de entonces éramos 7, estábamos más cómodos en el poco espacio que teníamos, congeniábamos más y pasamos 2 felices semanas trabajando tanto con los niños como con la comunidad. Organizamos una especie de festival por el Día del Niño (allí tienen días para todo y lo celebran, ríete tú de "San Valentín" y los días de los padres), reuniones con los padres para hacerles ver que les convenía unirse para lograr mejoras para el pueblo, y veladas nocturnas con maestros y profesores, ya que casi ninguno era de allá y paraban en el pueblo durante la semana, por lo cual estaban encantados de conocer gente nueva y se volcaron con nosotros.
Otro día unos chavales de la escuela se llevaron a nuestros "machos" a cazar, y mientras ellos traían esto...

...nosotras nos entreteníamos con esto:

Los yacarés (esa especie de cocodrilo) y el guasuncho que cazaron nos los trajeron al día siguiente cocinados en forma de empanadas y milanesas, respectivamente.
Nos despedimos momentáneamente de la escuela para pasar una semana visitando varios lugares emblemáticos de La Forestal y hacer varias entrevistas para el documental.
Estuvimos en La Gallareta, donde tenían un pequeño museo de la Forestal que nos mostraron con mucho interés. Nos llamó la atención la ausencia casi total de críticas hacia la empresa. La verdad es que, comparado con lo visto hasta entonces, era un pueblo bastante lindo, colorido y bien cuidado. La mayoría de las casas son de la época forestal y se pueden apreciar las diferencias entre lo que podría ser la casa de un gerente, de un capataz o de un hachero.



Nos comentaron abiertamente que su idea era hacer del paso de la Forestal un atractivo turístico para la zona, para que acudiese gente de fuera y dejase dinero en sus negocios, como estábamos haciendo nosotros en ese momento. En realidad está bien que tengan proyectos, de este o de cualquier otro tipo, pero de ahí a comentarios como: <<¿Reforestar? Bueno, todos nos podemos equivocar>> va un trecho.
Otro pueblo que visitamos fue Villa Guillermina, donde, al igual que en La Gallareta, en su día hubo una fábrica de la Forestal con su enorme chimenea:

En la actualidad otra empresa sigue explotando madera de la zona, aunque ya la tienen que traer desde bastantes kilómetros. Nos dejaron mirar la antigua fábrica pero no grabar porque... ¡¡tenían todo lleno de troncos almacenados!!
En ese pueblo hay una asociación para la recuperación de la cultura forestal, con su pequeño museo. Tampoco parecían en general muy críticos con la empresa (aunque había diferentes opiniones dentro de la asociación, lo cual nos pareció un gran paso visto lo visto), sin embargo se portaron genial con nosotros llevándonos en sus coches a todos los lugares de interés y facilitándonos varios contactos que entrevistar:


Fue todo un acontecimiento nuestra llegada a ese pueblo, hasta nos entrevistaron en directo por la radio local. Todo el mundo sabía de nuestra presencia y nos invitaba a ir a un sitio y a otro. Nos alojamos en casa de los padres de una profesora de "nuestra escuela", natural de ese lugar. El padre era todo un personaje y la madre fue como nuestra madre durante aquellos días. No hay palabras, gente encantadora.
Como anécdota, no puedo dejar de poner la foto del ciber del pueblo:

Con un día de retraso debido a la lluvia (las carreteras son de tierra y si hay barro imposible circular) volvimos a Los Tábanos donde nuevamente nos esperaban con los brazos abiertos. En los 4 días que nos quedaban intentamos aprovechar para jugar un poco más con los niños e hicimos una última reunión con los mayores, donde se llegó más o menos a un compromiso de unión y trabajo conjunto por el bien de la comunidad, con varios proyectos como el de hilar lana o un taller de apicultura.

El día antes de marcharnos, por la noche, con permiso del director (aunque no se esperaba eso ni de coña) y con unas Quilmes de más nos dedicamos a decorar un poco la escuela, para que quedase nuestro recuerdo para la posteridad:


Que conste que es témpera y se va con agua
La despedida de la escuela, el 31 de agosto, fue a lo grande. Organizaron un festival con lecturas, regalos, bailes, cartas para todos...


Pero llegó el momento y tuvimos que subir en la camioneta y alejarnos por el camino de tierra. Tristes por la despedida aunque felices, y eso que creo que todavía no somos plenamente conscientes, por haber tenido la gran suerte de vivir esta experiencia, que desde aquí aprovecho para recomendar a todo el mundo.
