Bueno, estos dias he tenido algo de tiempo libre, así que me he puesto a escribir un poco, a ver qué os parece.
Recuerdo que era una tarde soleada, pero mi memoria no acierta a concretar en qué época del año aconteción la historia que os voy a relatar.
Contaba yo por aquella época con 7 calendarios a mis espaldas. Todo un estudiante de 2º de Primaria. Toda la vida por delante, con la inocencia y la imaginación por banderas, salíamos de clase a eso de las 5 de la tarde y esperábamos frente al colegio al autobús escolar que nos llevaba a casa, que en Andorra lo llaman "clípol" por una larga historia sobre los pioneros de tan común transporte en el Principado.
En esas que estábamos allí esperando un servidor y varios compañeros (sí, me niego a poner compañeras, el vocablo común para ambos sexos es "compañeros" y engloba a ambos sexos), que el clípol comenzaba a retrasarse en exceso. De ahí que mi joven "yo", ante semejante tardanza, propusiera en voz alta que si después de contar hasta cien, el clípol no hacía acto de presencia, el menda y cualquiera que gustase de acompañarle, regresaría a su casa andando, o sea, a pata. Más o menos, un kilómtero y medio de arriesgada travesía urbana, "demasié pa'l body" para un monicaco de mi edad y calibre.
Uno, dos, tres, cuatro...noventayocho, noventaynueve y cien!!! Y en esto que a eso del ciento dos o ciento tres, aparece el autobús y se detiene en el lugar habitual.
- Pues yo no subo, que dije que hasta cien, y hasta cien no llegó - declaré firmemente ante los compañeros que me instaban a subir al vehículo.
- Me voy andando, ¿alguien se viene? - Pregunté sin ánimo de recibir contestación. Finalmente, se sumó a la aventura una compañera de clase, en lo que supongo sería un gesto de amor o admiración que yo, dada mi escasa edad y mi exceso de inocencia, no supe apreciar en su momento.
Así que comenzamos a andar, a cruzar calles con cruces en los que un guardia urbano dirigía el tráfico, guardias que todavía hoy trabajan en Andorra, manteniendo sus funciones, aunque ya con la inclusión de rotondas por doquier, van quedando menos; ahora se encargan de gestionar los pasos de cebra, sobre todo en temporada alta.
Tras yo creo que fue algo más de una hora, con mi madre preocupada porque no había llegado a la parada del bus (por entonces eso de los móviles era cosa de muy ricos, y sobre todo, mayores), por suerte, algún compañero mío informó a mi madre de que había tomado la opción de volver a pata. Coincidió que entramos al portal de casa al tiempo mi padre y yo, a eso de las 7, casi 2 horas después de haber salido del colegio.
- ¿De dónde vienes? - me preguntó sorprendido.
- Del cole, papa, es que el autobús tardó mucho ne llegar y decidí venir andando...
-- FIN --
PD: Esta historia es real, por muy ficticia que pueda parecer. A día de hoy, sigo preguntándome en qué fase conreta de mi vida se quedó parte de aquél espíritu aventurero y decidido. De lo poco que queda, quizá, lo que más se nota, es una puntualidad que roza lo enfermizo...